from United Left

Álvaro Lasso

Artwork by Elizabeth Gabrielle Lee

Beijou sua mulher como se fosse a última

El gran hombre decidió ir a la cárcel. No es que estuviera loco, pero necesitaba unas vacaciones. Sus hijos habían crecido lo suficiente como para caminar a través de la niebla. El cabello amarrado de su mujer olía a perfume de países del Este.

Le dijeron que podía retirarse como los grandes. Un complejo carcelario amable, con comodidades, con las soledades para escribir sus últimas páginas. También podían tener putas. Se le ocurrió llevar un taller con ellas: «Trasmitir otro mensaje», se le ocurrió decir, algo más, y rehacer el amor.

Solo una mujer volvió a la segunda charla. Traía una frazada. El gran hombre que besó a su mujer como si fuese la última vez le contó a la señorita la historia de su matrimonio y del perfume lejano. Y en medio del discurso los dueños de la cárcel abrieron las puertas. Todos observaron, como un espectáculo, el golpe de Estado.
 


Poeta joven del Perú, segundo lugar

Supón que escribiste tres libros y que tus ojos tuvieron otros filtros, a pesar de la gran educación de los sillones de tu casa. Supón que ingresaste a Medicina. Supón que cuando viste un miembro muerto tuviste una erección y no la pudiste explicar. Supón que nadie leyó tus libros. Tus tres libros. Entonces escribiste un último libro y los deshojaste como margaritas para que se pierdan en las manos de los trabajadores de poesía. Fuiste el sindicalista de ellos. Tú eras ellos. Supón que nunca lograste el título de Medicina y la pena de no curar te mató. Supón que renunciaste a tu cargo en los rieles de un tren. Supón que te recogieron con espátula. Y que hasta ahora no pueden encontrar todo tu cuerpo, ni tus poemas.



Circuncisión

Eso de jugar a los carritos chocones es un patrón no solo en los hombres sin visa, sino también en los países que acabaron de recuperar su independencia. Los contadores piensan en un documento que los legisle. Entonces, exigen que los poetas redacten el mito. El partido sonríe. El pueblo corre despavorido por las calles estrechas, como los toros en las fiestas. Todos están en la plaza, llenos de sudor y de confianza en sí mismos. En las butacas, miles de fanáticos sienten placer de armar las primeras oposiciones. Nadie ha muerto todavía: los fantasmas no alcanzan la mayoría de edad.