de Pequeñas humillaciones!

Iván Palacios Ocaña

Cuando venía hacia acá

Encontré lo que quedaba de un pájaro: su pequeño cadáver
todavía con plumas amarillas tendido casi a mitad de la acera.
Intenté tomarlo con una tarjeta de cartón
pero al levantar su cabeza, una mancha de sangre
y algo parecido a pus adhirieron algunas plumas al suelo.

Con el pie, lo arrimé a un arbusto. Mientras hacía bizcos
para no ver su descomposición, y lo cubría con hojas,
otros pájaros cantaban, encima de mi cabeza,
nada relacionado con la muerte.




Poema

La azotea de la fundación está cerrada,
así que hoy salí a fumar al parque más cercano
(media cuadra), pero estuvo bien
porque fui a la mejor hora del día
(las 5 y media de la tarde)
ya no hacía calor, además es primavera
y las jacarandas alegran el asfalto.

Mientras la veía y fumaba
oculto de la policía, por un momento
tuve los mismos pensamientos que un poeta chino
de la dinastía Tang. Por ejemplo:
“después de llover, en la Juárez, pesan más las flores”
o “en las jacarandas veo una filosofía de momentos fugaces”.

(Cada vez menos, pero todavía es 10 de abril,
en doce días será tu cumpleaños
¡y los pétalos están tan cerca de las ramas!)

Aunque sea lugar común, en un momento como ese,
era increíble que todo en el parque tuviera que desaparecer,
también mis sentimientos, invisibles para cualquier transeúnte.

Pero ya no me apena confesar
que sólo quería hablar de jacarandas
para llegar a ti—

porque sé lo mucho que te gustan
y porque después de verlas veinte minutos bajo su sombra
sólo podía pensar en ti.

La primavera suele hacerle este tipo de cosas a la gente;
a otros el polen los hace estornudar. Mi corazón debe estar
enfermo.




Poema ridículo

Son bocinas para 200 o 250 personas
pero sólo hay 7
oficinistas sentados en sillas plegables
en la sala de juntas.
La intensidad de la música es proporcional a su deseo
insatisfecho de bailar o divertirse.
Los veo un rato desde la azotea:
el más borracho intenta ligar
con la única mujer de la fiesta
una señora que acepta bailar reguetón,
aunque ninguno de los dos sepa moverse
con gracia. Dos mamíferos
ebrios y tristes, en cautiverio:
aun así, con inexplicables ganas
de reproducirse. Pero están demasiado ebrios,
incluso para bailar.




Preferiría no hacerlo

Trabajar, hacer fila, comprar papel de baño.
No basta sólo amar para seguir vivo.
Siempre hay que hacer algo más.

Me gustaría dedicarme sólo a barrer la calle
de la casa donde vives o cualquier cosa fácil,
cerca de alguien que ame.

Sólo me gusta vivir para querer
a ciertas personas, a ciertos animales, lo demás
es desperdicio. Pero no es suficiente.

Siempre hay que hacer algo más.
Sólo amar no basta para nada.




Canción (Cover de Frank O’Hara)

Me viste por ave. revolución?
iba pensando en ti
al tomar una coca en el puesto de tacos
era tu cara la que veía
en las revistas del cine
amontonado en el metro
pensaba en ti
mientras el último metrobús se confundía
con el primero al amanecer
estaba pensando en ti
y justo ahora




Bugambilias

Llegamos a la esquina de Melesio Morales
y Felipe Villanueva. Aquí nos despedimos.
Las lluvias son cada día más fuertes
y las únicas bugambilias que se ven
están en el suelo. Fueron lilas
y se han puesto rojas como un cielo que termina.

Apunto esto y parece que hubiera unidad
de sentido en las cosas o en su movimiento:
como si los cambios de estación, las bugambilias
aplastadas y nosotros tuviéramos algo que ver,
algún significado (o como si el clima intentara
decirnos algo
con las lluvias de la última semana)
pero quizá solo sea una ilusión óptica del poema.




Dos formas de ver un awacate

1
Como si fuera una planta de sol
que se compra en el mercado,
pongo un awacate en la ventana
acurrucando en periódico
—esperando que se ponga blandito.

2
Se ve triste, hace días
que lo olvidé en el refri

a la mitad, poniéndose negro
y café (como si adentro me guardara

un rencor) aunque no existan
awacates rencorosos.




Un día, como a las 5

Cuando terminé el consomé,
la dueña de la fonda se me acercó.
Le parecí un hombre hambriento,
pero sólo soy uno triste y flaco:

“Si quiere pida el plato fuerte, joven,
no se preocupe por el dinero.” Le agradecí con pena.
No quise hacerle el desaire, pero el mamífero
melancólico que soy sólo come para no desmayar.

Afuera,
el viento
tiró un pequeño anuncio de lámina.

El ruido nos hizo voltear y vimos que llovía
en la esquina de enfrente
pero en la nuestra no.

La hija de una de las cocineras
salió corriendo para testificar
que no estábamos soñando. Yo la seguí,
también la dueña de la fonda, las cocineras
y dos clientes que quedaban.
Estuvimos dos o tres minutos ahí, de pie, secos,
mirando llover.




Contribución a la nada

Iba en bici pensando un poema
—que hablaba sobre la ventana de unos amigos
desde donde veían la demolición progresiva
de un edificio. Los albañiles (o lo que fueran esos hombres)
lo iban desapareciendo de a poquito, con martillos de metal,
sin estallidos ni maléficas nubes de polvo—
¡pero lo olvidé al llegar!

Sólo tengo el final: “ya sé que no es lo mismo
                              perder a tu padre o a tu abuelo
                              que ver desaparecer
                              un edificio, pero de alguna forma
                              el poema los relaciona”

Termina así porque en algún momento también hablaba sobre mis papás
cuidando a mis abuelos, viendo cómo la vida falla
un poquito más cada día o simplemente cómo se va
atrofiando cada órgano, tan natural y constante y puntualmente,
pero justo olvidé esa parte

y en mi inconsciente sólo quedó el final

(a veces también se me ocurren poemas cuando me baño
pero al secarme ya no recuerdo nada)