—Elías Canetti
Rara Avis
Cuenta la leyenda, pero no la de Isidoro, que en lejanas tierras donde la niebla habita plácida cual muro de cal y los valles verdes con sus reflejos esmeralda encierran la mirada, se deja ver de vez en vez, en la medianía del sol y primavera de la noche, un ave rara que cruza los vientos cual piedra encendida, dejando una estela de lumbre que ocasiona la decoloración de la flora puesto que el fulgor de su plumaje calcina el verdor de sus vestidos y tiñe de dorado los ramajes del otoño.
Sabios entendidos de animales y cosas raras, aquellos que inventan las palabras y con ellas a las cosas, no han encontrado en sus pergaminos ni en sus ciencias el origen de la alada flecha de llama. Lo único que saben es que es el mayor embeleso de aquel que la mira, que deja sin habla al aliento sacrílego que pretende dar cuenta de su magnitud y belleza y que roba para siempre la tranquilidad. Después de su contemplación no hay espectáculo en el mundo que se acerque siquiera a la sombra de su cauda dorada.
Se piensa que habita en rocas hirsutas, guarida incorrupta que resguarda sus latidos. Dicen que aquel que la posea tendrá la felicidad absoluta y luego, como daga en el pecho, la muerte.
La Iguana
Poseer conciencia en un cuerpo de sangre fría tiene sus privilegios. Una puede establecer monólogos interiores escribir frases cortas aprehender reminiscencias vagas vestir sombras elípticas y suprimir las comas.
Dicenquelaiguanamuerdeperoyodigoqueno.
Ser una iguana tiene también su mérito, un vetusto pedigrí al que sucumbe todo el reino; somos descendientes directos del extinto Iguanodón y primas terceras de los arcosaurios. Quien mira con detenimiento, observa en nuestro cuerpo el pasado fascinante del planeta.
Si se tiene la dicha de ser una iguana, todo se expresa en silencios de corchea durante durante eclipses totales de sol. No hace falta más tiempo ni más espacio, puesto que una sabe, en su fuero interno, de que lado se masca la vida.
Cronotopo
Entre las múltiples bestias que habitan Animalia, el cronotopo suele ser uno de los más enigmáticos y seductores.
Según relatan biólogos ebrios y poetas eslavos, este raro y bellísimo animal sólo se deja ver en época de carnavales que caen en años bisiestos, es decir, una vez cada cuatro años. Se sabe que el primer naturalista en clasificarlo y domesticarlo fue un ruso dedicado a cuestiones librescas y teologales que, desempleado y hostigado, usaba su tiempo libre en perseguir estas ciegas maravillas.
El cronotopo tiene como costumbre cavar huecos inmensos que comunican, en terrible maridaje, al tiempo con el espacio, ocasionando que lugares antiquísimos se desplacen al futuro y tiempos futuros se pierdan en territorios presentes con pasados diferidos. El cronotopo, ingenuo exonerado, desconoce la desgracia y el prodigio de sus obras inconscientes.
Algunos sostienen que se ha extinguido, otros que se perdió en un túnel sin salida, unos más afirman que se carbonizó en el centro de la Tierra e incluso no faltan quienes juran en que jamás existió.
Lo única certeza es que el hombre que lo alimentaba murió solo y perturbardo, obsesionado por los habilidades motrices de esta bestia subterránea.
El Cocodrilo
Aquí, en estas letras y sitiado en mi epidermis, declaro que no es de piedra mi textura. Al igual que los hombres, mi cuerpo se torna el primer y el último umbral de la significación. Es un sexto sentido que ilusamente Daphne Soares (desconozco si es pariente de Bernardo) intenta patentizar; además se equivoca, los sensores de mi piel (DPR) no sólo sirven para la caza: también emiten, en las noches bellas –en las aguas mansas– delgada música de cámara para acompañar el llanto. Esos receptores hipersensibles, diseminados por cuerpo y rostro, son en realidad la llave que derrumba toda puerta perceptiva: esas manchas son el infinito contenido en un animal esplendoroso.
(En el corazón de la galaxia vive insomne un cocodrilo).
Macaco Muriquí
Macaco: musitas, mientes, murmuras melifluo mostrando molares. Mientras mucho masculles más modelas mi memoria. Miras menudencias, mantienes múltiples malabares, multiplicas monos mientras moras mi mundo. Mejor, mientras mantengas momentos memorables (maravillosos) mantendremos moderados mares, moluscos minúsculos, manifiestos malthusianistas. Mirado minuciosamente, mientras mucho masculles, mejor mundo moramos.
Oropéndola
Claras, distintas y semejantes son buena parte de las aves del reino; sin embargo la oropéndola es la única que ha nacido del engaño. Discreta, dorada y hermosa, su canto es un abismo que deforma los sentidos. Con frecuencia es confundida con la agreste sinestesia quien, pese a lo que delata su aparente morfología, no es un animal sino una plántica narcótica.
Entre sus particularidades se cuenta el hecho de que puede imitar el trino y el graznido de cualquiera de las aves: replica a todos los pájaros del mundo pero ninguno le responde.
No pocos la consideran un ave hipócrita, perversa y desalmada, plumífero funesto que pierde a los incautos entre la hojarasca de los bosques y la orilla de los ríos.
El canto de la oropéndola sólo suena para los enamorados, para aquellos que precisan del engaño y no se resignan a vivir sin sus amantes. Fieles y devotos sostienen que en realidad es la única ave que existe y que las otras son sólo un eco de sus cantos viejos y perdidos.
Es imposible descubrir su engaño porque la oropéndola, en lo profundo de su nido, sólo canta para ti.
La Avispa
Entre la agobiante infinidad de insectos del planeta, probablemente no exista uno más místico y notable que la avispa. Cuenta con una fe que mueve montañas, arregla entuertos y endereza jorobados. Honra a su padre y madre, santifica las fiestas y rinde culto a sus muertos. Emplea toda su energía en la oración y la doctrina, es una excelente catequista, tiene bien leído a Séneca y divulga por donde puede la palabra divina.
Su casa es un hexágono perfecto parecido a este

Es tanta su fe que no duda en inmolarse para defender sus convicciones. Una vez que se defiende, inyectando su veneno, pierde junto al aguijón la totalidad de sus entrañas pero conserva intacta la esperanza.
Como todos los creyentes, vive para morir por causas perdidas que a nadie le interesan.
Todas las avispas mártires regresan como cocuyos.
El Pato
Ningún animal del reino conoce de manera tan transparente de la muerte como el pato, el ave más fiel de todas las que alguna vez anduvieron, volaron o nadaron sobre la Tierra.
De acuerdo con Isidoro, que siempre tuvo idea extravagantes, el pato (ans, en latín, por eso él y sus parientes son conocidos como anseriformes) toma su nombre de su constancia (assiduitate) en natación (natandi): es su pasión por el agua la que le confiere su ontología.
Cierta vez un pato ejemplar se vio en la necesidad de replantearse su existencia (y por ende su esencia) al darse cuenta de que no podía expresar su onomatopeya característica: era un pato mudo.
Tal adversidad le hizo replantearse sus fundamentos. Siendo un pato que no tenía una herramienta para expresar el pensamiento no lograba ser, incluso no podía pensar, luego, tampoco existir.
De súbito, al darse cuenta de que se daba cuenta, despareció en un brusco pavoneo, dejando una zurrada espesa y esmeralda tras de sí.
Borrego
Para la mirada de Dios, no existe sobre la Tierra ningún un animal que no contenga, a su manera, las claves íntimas del universo. El borrego por ejemplo –símbolo usufructuado hasta la saciedad por la caridad cristiana– es, en su aparente sencillez, uno de los soportes esenciales para el equlibrio de la naturaleza.
Ningún animal más pródigo y, a la vez, tan poco dado a la especulación metafísica (él es la sustancia que protege y necesita, para anclarse en las praderas de lo real, al guardador de los rebaños).
Nada en el borrego está dejado al azar. Su lana viste, la carne alimenta y su leche extingue la sed de los niños y los desgraciados (además, ningún ovino sabe tan bien cocinado en barbacoa).
Nunca olvidan una cara, y, de acuerdo con el testimonio de los pastores, son sensibles a la sutileza en los estados de ánimo de los otros animales.
Los borregos experimentan emociones humanas complejas como el amor. Se enamoran de los carneros, tienen amigos fieles y se sienten tristes cuando los miembros del rebaño mueren o son sacrificados.
Alacrán
De armadura perfecta y elegancia asesina, la efigie que lo calca en la noche del espacio –sólo visible en el cielo sin Orión– es la misma que vaga por las hendiduras de la Tierra: el alacrán vive al cobijo de la sombra porque en su cuerpo relumbra la dorada insignia del veneno (como el rencor, es capaz de asesinar con la mirada).
Las pisadas de los cuatro pares de patas que lo sostienen recuerdan la música tañida por los zapapicos del averno, mientras sus dos pinzas metálicas (pedipalpos) cortan el aire susurrando su consigna: a-la-crán, a-la-crán.
Comparte con las maldiciones antiguas –las que fueron proferidas desde el desamor, el delirio o el corazón de los egipcios– la capacidad de permanecer largo tiempo agazapado, sólo para revivir con un desaforado apetito de muerte.
Algún romántico aseguró que los alacranes no saben nada de sí mismos porque no conocen su nombre ni aprendieron a mirarse, y aunque no se cuenta con estudios concluyentes, lo cierto es que más tarde o más temprano este útero emponzoñado terminará por clavarte su aguijón.
Su enemigo funesto es el solífugo, carnívoro mortífero cuya ceguera lo ensordece y lo obliga a vivir al amparo de los eclipses, buscándose sin tregua para partirse la madre.
En ningún lugar ataca tanto el alacrán como en México, debido a una tristeza de amor macerada desde los tiempos de Tezcatlipoca.
El alacrán, Qalb al-Acrab, es la obra perfecta del desengaño del ámbar.
Jaguar
Cuentan los naturalistas –pero Plinio sabe más– que de todos los félidos posibles el único al que le queda grande su gabán es al jaguar. Su piel es infinita pero su esqueleto es un hechizo de huesos de ocelote, chita, tigre y leopardo. De allí su robusta perspectiva.
El jaguar, al poseer la fortaleza de todos sus agnados y ser vestigio de escritura, es el Dios del universo. El jaguar, en su perfección, da luz a las estrellas en la jungla de la noche.
Pueblos muy antiguos, perdidos en el tiempo, viajaron sobre su lomo para cruzar de madrugada los países de los muertos. El jaguar era también el destructor de cosmogonías, el fulgor de la mañana y el más oscuro de los soles. Se sabe por escrito que un día volverá para beberse nuestra sangre y fundar un nuevo hombre con los cuerpos corrompidos.
Pese a lo que se piensa el jaguar es un animal múltiple y preciso. Si se le mira con sigilo, justo antes de atacar, es posible distinguir el contorno de su ausencia, su tiniebla inmaculada: aparece la pantera.
Marabú
Más que ave, pajarraco. Más que vuelo, mal augurio. El marabú es un pájaro siniestro, furia alimentada por el rencor y la muerte.
De pico infame, cuerpo robusto, cabeza sin plumas y rojísimo papo, el marabú es repulsivo y perverso como todos los carroñeros. Sólo come lo corrupto y lo llagado: el cadáver insepulto gangrenado bajo el cielo.
Justo es recordar que el Marabú no siempre fue lo que es ahora. En un pasado remoto este pájaro espantoso, junto con las cigüeñas y las garzas, era un emisario del amor y la concordia. Su vuelo se encargaba de llevar a los recién nacidos a sus cálidos hogares.
Se cuenta que una vez el marabú, envenenado por una cigüeña resentida, quiso saber qué era lo que crecía en la canasta bajo su pico. El pájaro descubrió un niño y cayó presa del deseo. El marabú le sacó los ojos, le cortó la lengua. Le partió la espalda, se tragó las tripas. Luego regurgitó los sesos. Lo único que llevó a la familia desgraciada fueron trozos sanguinolentos de carne, huesos, uñas y excrementos. Donde vuela el marabú hace sombra la desdicha.
Donde vuela el marabú huele siempre a niños muertos.
Desde aquel día es un pájaro maldito. Sólo come después que se han saciado las hienas y los buitres y los gusanos.
De su pasado pleno sólo conserva las bellas plumas de su cola, que ennoblecen los tocados y abanicos de señoras elegantes.
El Dongui
A saber, el dongui es un animal oriundo de la ciudad de Buenos Aires, de donde se ha esparcido hacia todo el mundo siguiendo siempre la atracción irresistible que ocasionan las grandes capitales –París, Londres, Nueva York– con la finalidad de erradicar a los hombres y todas sus costumbres.
Poco o casi nada es lo que conocemos al respecto de estos animales ciegos y sordos, salvo que semejan una suerte de marrano o jabalí transparente, que tienen la estatura de un mexicano promedio y que se desplazan en dos patas aunque tienen cuatro. Se sabe también que viven bajo tierra, preferentemente en túneles abandonados, catacumbas, estaciones de metro o pozos profundos. Alguna teoría de escaso fundamento sugiere que el dongui devora todo lo que tiene a su alcance: tierra, fierro, cemento, aguas vivas y hombres, incluyendo dientes, huesos y pelo.
Hasta ahora son inmunes a casi cualquier cosa y debido a los boquetes que de continuo abren en las profundidades, ocasionan discretos temblores preferentemente oscilatorios.
Un ingeniero, cuyo nombre no viene al caso referir, sostuvo que “la boca de los donguis es un cilindro cubierto de dientes córneos en todo su interior y tritura mediante movimientos helicoidales”. Dijo también que al comer el dongui semeja una babosa con ataques epilépticos.
Las malas lenguas susurran que los donguis no toleran la luz del sol.
Manatí
Acaso más que tipificarlo como animal al manatí habría que considerarlo la esperanza solitaria de la vida en los manglares.
Ejemplo infinito de dulzura y mansedumbre, el manatí vive lo mismo en aguas dulces que saladas; se alimenta de algas y lirios acuáticos aunque ocasionalmente puede ingerir algunos peces por accidente, hecho que le ocasiona un gran pesar y lo deprime por trimestres.
La bibliografía al respecto de estos mamíferos marinos es apabullante, detallada y bastante rigurosa. Gracias a ella sabemos que los manatíes, al igual que sus parientes los dugongos, amamantan a su hijos en posición vertical y fuera del agua, que son en extremo susceptibles a las aspas de los motores y que a veces toman el sol a sus anchas en islotes movedizos.
Lo que pocos saben es que todos los manatíes, en su vida pasada, fueron soberbias, bellísimas y despóticas sirenas, singulares por infieles y rencorosas (el manatí, para algunos, es la encarnación de la justicia).
Cuando sueña el manatí, una sirena despierta al mundo enamorada.
Merovingio
Hace mucho tiempo, en la espesura de la noche y al amparo sigiloso del corazón de las tinieblas, fue parido un animal prodigioso que nadie ha visto nunca: es llamado Merovingio y se trata de una bestia maldita porque nació del vientre de una mujer preñada por la semilla de un monstruo marino.
Ubicuo y aletargado, es capaz de aparecerse en la superficie de los espejos con la luz apagada, haciendo un sonido parecido al eco del silencio en una gruta sellada.
Algunos cuentan que su alimento primordial se encuentra en los rincones más oscuros de las almas solitarias, puesto que el cuerpo del Merovingio, predador meticuloso, está hecho con la misma sustancia del miedo.
A semejanza del odio y el amor, se nutre de palabras, por eso es dado a ocultarse en la páginas de los libros, acechando a su presas, que sólo de manera tardía lo distinguen entre las letras, condenándote a la maldición que me consume, encerrándote para siempre, desde este instante, en el eterno resplandor de mi mirada.
Anfisbena
Es la mirada. El veneno de la serpiente se trasluce en la mirada. Sus ojos son antorchas de fuegos fatuos. Mienten y encandilan, amordazan y disipan. La anfisbena, como el deseo, seduce todo lo que toca.
Al igual que la banda de Moebius o la botella de Klein, la anfisbena –por contar con una cabeza en cada extremo de su cuerpo– es un animal no orientable. Nunca sabemos si viene o va, sube o baja, ríe o llora: ama o desprecia. Esta serpiente es un animal escénico, la preferida de los actores.
Gracias a su flexibilidad y adaptación la anfisbena es la única serpiente resistente al frío, razón por la que en ocasiones es dada a habitar la tundra.
Este animal, de mitologías entreveradas y engañosas, posee la capacidad de regenerarse si es seccionada; de hecho es la única manera que tiene de reproducirse: por corte de espada.
La anfisbena, como los silencios, es un animal ambiguo.
Tiburón
Como una saeta filosa que desvirga los mares –a la manera del criminal inclemente enamorado de su víctima– surca el tiburón las entrañas del planeta. Antes, mucho antes del desplome de la noche de los tiempos.
Prodigio de la ingeniería prehistórica –es apenas un minuto menos viejo que el Ichthyostega – el tiburón es el único animal que no aspira a la perfección, porque la encarna.
Su piel, compuesta por dentículos dérmicos, le sirve como silenciador. Y su cola, diseñada para deslizarse en todo tipo de corrientes, lo vuelve el asesino perfecto. No ha existido nunca entre las bestias una mejor ejecutora de la exactitud y la muerte.
De olfato estupendo, la dulzura de la sangre lo excita hasta el delirio; y su mirada filosa con dientes escapulario lo protegen de sus enemigos.
Empero, la fortaleza del escualo redica en su inconsciencia. Animal ominipotente, ignora el pavor de su fiereza y no conoce el amor consigo mismo.
El tiburón, como la magnífica ballena, es una prueba concreta de la existencia de Dios en la Tierra.
Rémora
Difícil es hablar de la rémora sin prejuicios debido a que existen demasiadas leyendas negativas en torno suyo.
No fueron pocos los testimonios que gritaban a voz en cuello que la rémora, al adherirse a los barcos, los retenía para siempre en mares oscuros y olvidados.
Se pensaba también que era un animal parásito incapaz de valerse por sí mismo, pero ahora se sabe que es un agente necesario para ciertos animales sin brazos, como los tiburones.
Lo cierto es que la rémora es un animal inofensivo, de gusto insípido y pasa su vida en riguroso silencio.
Estudios necrológicos han demostrado que todos los hombres desamorados viven con una rémora diminuta muy cerca del corazón.
Tlaconete
El tlaconete es un animal que lo mismo se torna anfibio o reptil según lo marquen su deseo sexual y el nivel de yodo de su cuerpo. Vive exclusivamente en climas tropicales y subtropicales del Golfo de México.
Este curioso vertebrado es tío del ajolote y primo segundo de la salamandra. Al igual que el primero es un animal pedomórfico; es decir, su organismo es capaz de desarrollarse y llegar a la adultez conservando sus características físicas juveniles. Esta particularidad, dentro de la biología del desarrollo, es conocida como neotenia.
Por otro lado, al igual que la salamandra –ese anfibio impresionante del cual existen ríos navegables – es capaz de originar y resistir todo tipo de fuego, razón por la cual, en lugares de tierra caliente como Mozomboa, Alvarado o Papantla Veracruz se le conoce como “lagartija chamuscada” o “viborita caliente”.
La principal peculiaridad de estos animales consiste en que, cuando las lugareñas se bañan en lagunas y ríos de la región o se internan en los maizales para hacer sus necesidades – siempre y cuando se encuentren a merced de la luna– la hembra tlaconete se introduce por el recto y deposita sus huevecillos en el vientre humano, lo que ocasiona, además de un hondo placer para la receptora, un falso embarazo que se revela al momento en que la madre nodriza estalla debido a las mordidas de cientos de tlaconetitos ahítos de vísceras humanas y ansiosos por aire fresco.
Por lo demás el tlaconete es un animal pacífico, y si decide evolucionar no tiene más que endurecer su piel y devenir reptil. Es parecido a la lagartija común y muy sabroso en escabeche.
Cratilo
Si un animal vivió conflictos insondables debido a su naturaleza cambiante y engañosa y a que en ningún momento de su existencia, según el Aberdeen Bestiary, dejaba de mutar, ése era el Cratilo.
A medio camino entre el ave y el reptil, si hemos de atender las notas del Fisiólogo, algunas opiniones de Fournival y sobre todo las observaciones aristotélicas contenidas la Historia Animalium, podemos asegurar que el Cratilo fue descendiente directo del archaeopterix y tatarabuelo indudable del avestruz y el kiwi.
En mi opinión, que no tiene mayor fundamento que la belleza del relámpago, el Cratilo era un dinosaurio retórico y esa capacidad natural cifraría su desgracia y posterior desaparición. El Cratilo, como el lenguaje, era un ser destinado a mudar la piel en cualquier clima y en cualquier época del año; un saurio enorme y poderosísimo pero a la vez frágil y evanescente como los juncos o la niebla.
Se sabe que hablaba la lengua de los hombres, los árboles y los pájaros y que nunca pudo responder si los nombres de las cosas respondían a su forma, es decir, si imitaban a la cosa, o si por el contrario eran una convención arbitraria y por lo tanto moral y falible.
Fiel a su idea de la imposibilidad de bañarse dos veces en el mismo río –de hecho consideraba imposible, por la naturaleza de su organismo, bañarse siquiera una vez en un hipotético río– el cratilo era un animal desprovisto de vejiga natatoria.
Los últimos individuos de esta especie nacieron mudos y se extinguieron a causa de la locura.
Celacanto
Antiguo como las tinieblas y prófugo de su conciencia, el celacanto es el animal más solo y olvidado que jamás haya existido. Burlador de todas las eras y enemigo de la muerte, este pez de aletas lobuladas (sarcopterigio) es pariente de los peces pulmonados y fundamento de los primeros vertebrados terrestres. El celacanto es la única criatura con vida que ha navegado las acuosas entrañas de la Tierra desde la primera noche de los tiempos hasta la madrugada de nuestras angustias.
Si bien ha sido considerado por algunos como un “fósil viviente”, sería prudente sugerir que el celacanto es un pez de tierra, una suerte de tetrápodo que lo mismo emigra al bosque, al pantano, la selva o el desierto para mantenerse a salvo. En algún momento –es su designio– retorna con anhelo a la espesura de los mares.
Algunos marinos asiáticos sostienen que en la espina dorsal del celacanto se encuentra el bebedizo de la vida eterna, causa de su longevidad y buena estrella.
Pero el celacanto no es un animal eterno. Como a todo lo que vive, le está reservado un lugar en las playas de la muerte.
El celacanto custodia un reino de apariencias invisibles: el los cielos y las aguas de los animales extinguidos.
Ahuizotl
Nací viejo, bajo cielos muy antiguos, como el último de mi raza. Mi tierra era Tlatilco, que en lengua natural significa “el lugar de las cosas escondidas”, pero en aquellas leguas nunca fui bueno, ni justo ni bien querido: los hombres rojos me odiaban por engañarlos como a niños. Y por ahogarlos a las orillas de los lagos.
Al tercer día –y sólo hasta al tercer día– volvían sus cuerpos rotos por el agua. Sin dientes, sin carne y sin ojos, como balsas maldecidas por mi aliento para el estudio de sus profetas.
Pero nada fueron mis tormentos comparados con lo que habría de venir: vi arder a manos de rufianes a la civilización más pura, la de la ciudad flotante; vi las violaciones con la espada con que partieron a las mujeres y vi también cómo la enfermedad de la piel acabó con hombres recios, ancianos y niños, profanando sus despojos más allá de la muerte.
Todo lo que trajo el hombre blanco fue una ruina sanguinaria; acabó con los señores de esta tierra y anegó de sangre enferma los altares de los templos.
Soy el último de mi especie, ya nadie nunca dirá mi nombre ni sabrá que yo era el coyote del agua con los pies de mono. Por eso, antes de que mis ojos salgan de sus cuencas y atestigüen los horrores del Mictlán, muero bebiéndome este lago envenenado, junto con la pesadilla de lumbre de lo que supo ser Tenochtitlán.
El Pájaro Mosca
Zzzzzzzzzzumba zzzzzzzzzzumbando el zzzzzzzzzzunzzzzzzzzzzuncito cubano. También conocido como pájaro mosca, se trata de un ave diminuta originaria de la provincia de Matanzas, donde es posible distinguirla por su manera horizontal de libar las flores y porque bate sus alas 75 veces por segundo, lo que ocasiona un susurro placentero y embriagador que confunde a las moscas y alborota las hormonas de los adolescentes.
El pájaro mosca es un ave profundamente territorial y violenta si se siente amenazada. Gracias a su velocidad y tamaño es también una aguja con alas que clava con exactitud toda su furia sobre los ojos de sus enemigos cuando estos apenas han distinguido el rumor de su aleteo.
Pertenece a la familia de los troquílidos y al orden de los apodiformes (jamás utiliza sus patas). Su plumaje es muy vistoso, su corazón llega las 1200 palpitaciones por minuto y es la única ave que puede volar hacia atrás sin arrepentirse de su pasado.
El Pinocóptero
Algunas especies discretas, por razones que nadie conoce, viven en una indeterminación taxonómica y metafísica debido a su apariencia extravagante y a la falta de estudios dedicados y rigurosos. El pinocóptero, si bien es una suerte de insecto, se asemeja en su estructura interna a las plantas monocotiledóneas, es decir, a aquellas matas con hojas acintadas como el maíz, el sorgo o el trigo. Si reparamos con atención en el espécimen a nuestro costado, podremos darnos cuenta de su particular morfología, que oscila entre una orquídea terrestre y una flor de maíz.
Historias de pueblos calurosos y abuelas metiches cuentan que el pinocóptero –conocido popularmente como “bicho de cama”– suele hacer un ruido a través del frotamiento de sus patas bastante parecido al crepitar de las langostas. Se dice también que es un insecto hematófago que puede ingerir hasta diez veces su peso en sangre y que es frecuente hallarlos en el plumaje de las aves.
Una antigua leyenda uruguaya recomienda no poseer almohadones de plumas para evitar desgracias irreparables y amarguras aparatosas entre los recién matrimoniados.
El Gallorreal
Como la mayoría de los integrantes del reino, el gallorreal es un animal profundamente homosexual.
Enamorado de su belleza, el soberano de las gallináceas se solaza en su esplendor y se pasa la vida rechazando a su pareja natural por considerarla obtusa, ceniza y regordeta.
Su temperamento es chispeante y altivo; es vanidoso hasta la coronilla y se puede pasar lustros contemplando el fulgor de sus plumones.
Desafortunadamente, como bien documenta el Dr. Bruce Bagemihl, la competencia descarnada entre los machos por parapetarse en la cúspide de la beldad los ha vuelto onanistas y en materia filosófica se decantan por el solipsismo.
Su carne es recia y generoso el buche.
Elefante
Junto con las ballenas grises y algunas tortugas dispersas, el elefante es quien resguarda la memoria de la tierra. Su papel dentro del reino ha sido la de testimoniar el paso de los seres en su acontecer por el planeta. Él conoce el nombre y la historia de todo lo que vuela, repta o camina; de lo que mata, aligera y envenena: de lo que es y de lo que jamás será.
Noble y justo, el gigante de gruesa piel es pura misericordia. Mantiene el equilibrio entre las especies y su único enemigo, según las mitologías, es el dragón de la mañana.
Herbívoro confeso y juguetón cuando joven, posee una memoria prodigiosa que ensancha su tristeza cuando viejo. El paquidermo es sabio porque honra su pasado y elige el momento de su muerte. El animal de los marfiles es constructor de cementerios.
Nadie lo dijo nunca –la cría de la esperanza se ahogó en su propio vientre–, pero es deseable suponer que, en una vida nueva, más allá de las palabras, despertaremos elefantes.
Merovingio
Hace mucho tiempo, en la espesura de la noche y al amparo sigiloso del corazón de las tinieblas, fue parido un animal prodigioso que nadie ha visto nunca: es llamado Merovingio y se trata de una bestia maldita porque nació del vientre de una mujer preñada por la semilla de un monstruo marino.
Ubicuo y aletargado, es capaz de aparecerse en la superficie de los espejos con la luz apagada, haciendo un sonido parecido al eco del silencio en una gruta sellada.
Algunos cuentan que su alimento primordial se encuentra en los rincones más oscuros de las almas solitarias, puesto que el cuerpo del Merovingio, predador meticuloso, está hecho con la misma sustancia del miedo.
A semejanza del odio y el amor, se nutre de palabras, por eso es dado a ocultarse en la páginas de los libros, acechando a su presas, que sólo de manera tardía lo distinguen entre las letras, condenándote a la maldición que me consume, encerrándote para siempre, desde este instante, en el eterno resplandor de mi mirada.
