El sitio del paraíso

Adriano González León

Al principio de este lodo festivo—costas del país mordido, hembras rozagantes que balanceaban frutos junto al mar, los hombres de las carabelas con los ojos fulminados por el vuelo de estruendosos papagayos, tierra de jauja a la que poco a poco irían agujereando los paludismos—comenzó la leyenda, con notarios y bucaneros, infolios sucios para relatar maravillas, viajeros a los que volvió locos un sol más eficaz que la muerte. Ahora se registran las crónicas de la época, informes coloniales inflados de café y cacao, blasón y riesgo de una flotilla de barcos tembleques por las aguas contagiadas de sangre pirata. Hubo puertos donde se fueron aglomerando las especias, anchas cajas de vinos y aceitunas, tráfico oscuro de las compañías arrendadoras, giro temerario de las arcas trastornadas de Carlos V. Por varios siglos más continuaron llegando contingentes de hombres pestosos. A gesto distinguido o salto de rana o arte marcial o pata coja, grumos y hopalandas de los regidores, vanidosa Capitanía General, ampliada en su magnificencia por los cargamentos de negros apilonados como madera podrida en las bahías. Curva del globo, tierra de gracia, comarca de aves nunca vistas, oro en las orejas, oro en la copa de los árboles, oro en el agua de los ríos, el mundo para ellos, y nosotros, aún en las escuelitas a medio techo llevado por el vendaval y la maestra tísica contándole a los muchachos igualmente tísicos que pudo haber sido el sitio del paraíso. Desde allí arrastramos, será por eso, frutos del árbol inhabilitado, acecho de la serpiente y vagar por las piedras sin encanto, coágulos del hambre y los brazos abiertos hacia el mar, pintura levantada en la gran llama de petróleo, exilados acá mismo, aunque sea con luces, con papeles, con las ruidosas pantallas de los cines, comidas muy higienizadas, pasteurizadas, sanforizadas, leyes de protección, rociados de D.D.T. por todas partes, inútiles con fajas de garantía, cojitrancos, por el suelo, por arriba, en la sombra o al reflejo bienhechor de nuestra primera industria, bajo la guía bondadosa de ellos, regidores, bucaneros que saben perforar, ir hasta el hueso último donde encontrar de nuevo los milagrosos papagayos. Así, con un bastón, así, con palos, a ras del suelo, bien provistos de la fórmula “toda caminos como la esperanza, toda horizontes como la voluntad”, la musiquita, los consejos, el gran baile, el juego chispeante, y ellos, regidores, bucaneros, generales, mister All, mister Smith, mister quien sea, humanistas, maestros, juegan a la ronda y canjean espejitos, canjean material plástico en el paraíso, en la tierra de gracia que todavía sonríe.