de Caja negra que se llame como a mí

Diana Garza Islas

Licores vítreos
 


*
  
Un día eran horda blanca, azul me suscitaran no el entrepié o sordo urular de conefluvio denominado aluminio, y no en torpor de mirlo, dice aquí.
 
Míralo: si ruiseñor sí, alondra ruiseñor.
Y desalméndrase.
 
Días después de si mi nombre fuera mío llegó así, untado de sandalias, oro lacio. Y siempre exenta abre una voz donde encendimos —no a los grillos, un embrión de grillo en una copa que quebré con una llave.
 
O de una caja brota luz:
 
Hay un jardín en el jardín.
 
Y de respirar para omitir un aerolito, cogió lodo. Cogió agua de uvas y de vid y lo ví en imperativo, no llovía: tres hombres en pijama arden el estanque. Se llamaba Alondo, se llamaba Zacarya, se llamaba Harlodt, y no querían lunas en la cara y no querían licor de menta y no querían haikus. Si yo dibujara algas en mis muslos por dar piernas al poema esto se leería elefante o líquen o ave a cuatro cajas o toros muertos en aldaba atroz
 
Pero era tarde ya. Y eran niveles de agua marcados en piedra con pinceles de fosfeno. Eran color simetrizando eras. O una garza en la costra del estanque que me mira y sé que soy la puerta del mamut, tampoco ámbar.
 
Siempre exenta, siempre ruitilante.
 


*
 
Hay un ruido rojo. Hay un ruido rojo, decididamente. Cyan magenta es cianuro de tus manos. Magenta yellow es imán bebí. Y beber es cuenca y significa. Y significa es mandíbula que cae.
 
[Pero esto es un anzuelo. Pero esto no es el fin del mundo.]
 
La caja era una caja de cerillos, sol magenta. Nubes no en países o cerebros camuflando cajas de cerillos.
 
*

O si escribir era jaguar adentro la escalera un niño cantan cajas verdes al oído del soldado desde el lodo: Tengo sed. Tengo sed y muerde el lóbulo. Un cocodrilo ríe, sí, pero nadie que dijera: Es tu medalla o fruta o fruta la medalla al sol.
 
[Lícores vítreos, dije sí.]
 
Y dije el crepúsculo y los kioscos. Y dije en alud y en refrendar. Y dije letras esculpidas en hielo a contrasombra, pero dije es animal infiel, duerme infinito.
 
Y no es ojo de tigre ni jaula con bolsitas.
Y no ni leche de oro encadenada al oro.
Ni pedazo de ojo.
Ni pedazo de.
 
Y no es ojo de tigre o vendaval permeable.
 
Ni proa boreal que aureolas flúor licuarían
al reverso de alas verdes en las alas
 
 
si fósforos así
y trasminan lácteos
 
yemas de algidizan en la lumbre de una i.
 
 
 
Zapato invisible o pequeño emperador a tres vistas
 
Láctea, flavescente
lo que en mí no dilucida en laja aviar.
Remanso simultáneo al sol abismo, fósil
lava en mí celeste, lacustre calendario
así mi mano
así mi ánima.
Oro no es mi cuerpo si alhóndiga una sal me dibuja hormiga
en mi cuerpo que no tuve.
 
Rüido. Rüido. Rüido.
En mi ni casa de luz ni veloz.
Aquí es aquí.
 
Y abrir la llave no se abre cuando lo que duerme es mirar y la cáscara no duerme y otra vez soy rey.
Silencio. Silencio. Ya no más silencio.
 
Silencio era una niña y su cabeza imaginaria, estalactita no todos dicen estalactita no —y está lactando.
Y la carne no me duele. Es una esfera. Una canción esperándome
al otro lado de la noche donde nadie. En mi voz en miel de armas
donde nadie.
 
Si lo dices dos veces te derramas
llamarada vitral en hueco undeante
 
te derramas
velándote en otra
 
         “flameva obscura”
 
donde convergir sí es oro
y plasma y feto.
 
Oh densidad huerta.
 
 

*
 
Dibujamos armas de mínimo resplandor.
Dibujaban estrellas, cada diente demolían.
Alguien yo que imaginé cascos de pulpo
o arenitas en la pulpa presagiándome
                                          el diluvio:
 
diminutos animales que al lóbulo cabrían
si supiéramos dormir.
 
Pero mis ojos es un manantial
de aves nevadas tonel púrpura su escarabajo.
 
Dorado avanza sin gritar —¿Es?
Se alza de espaldas a ensoñarse marsupiales.
 
Atrás del mar están sus alas
destilando matices de rojo.
Atrás de la lluvia hay catarinas diciéndose Alailá
 
o diciéndose amordir.
 
Al tiempo que un anfibio armorecía
mi trébol que te fue en cantar
                    setas al oído 
 
crecidas a una zarza anudillada, esa cabecita
de tres años que
miel sol,
miel sol.
 
Desde su sillita así bajándose
preinscrito.
 

 
*
 
Eran horcas dibujadas en almelos
acariciar mi nombre autófagos si sucedían
de nueve a nueve
 
círculos de atomillar en cornisas flamboyantes.
 
Si su voz fuera un centímetro lejana, existiría.
Si distancia fuera una palabra me darían ¿doce
 
faisanes?
¿O cada fuego arborecer bifurca?
 
A horcajadas, grité
holanes celestes la silueta del verano.
 
O sol es hay
y somos
y mirar por la ventana es
 
cerrar el vuelo en algo azul
redondo, alrededor:
 
            espigas acampa.
 
Y tañe no amarillo
o subreír, Uffizi
 
si es decirte que es metálico arde en ecos y sucede en manzanares
que la estatua del jardín me habló y me dijo nuestros nombres
y me dijo Alaila y me dijo
 
también que soy un pájaro
donde ficus recortados sobreseían la sombra
 

 
nadie ahogárame de huesos en los leones
nata gris en la doble resolana
 
donde llueve, y yo.



El esqueleto que a la ruta adecuó
 
Colectar un capullo lo relativamente fábrica de sombreros que drene un panorama pleno de papillas y avispones y llamas dadas. Colectar una cola de castor combinable a la deshidratadora número uno. Colectar una trituradora de espiráculos nevados (llamarla que extravíe). Colectar un “aluvión”. Un “aluvión” es concebir un espacio de cigüeñas (todavía). Murmurar: Luzbel es la luz consciente. Soñar: un cuchillo replegándose en forma de aluminio, una turba de mosaicos ya sin piel o suicidándose o nido o gallo, su gemelo seduciéndome (en la sabana paralela), su madre y su madre a escala. Hogar: un espejo color pastel, un sendero pájaro-serpiente, un sendero pájaro-campana. (Su nombre era decir lo que se dice: páxaro-diamante.)
 
Y nadie dijo cascabel.
Neón es
 
no ir más allá de las piedras que dibujan. No mirar telarañas. No decir: Las telarañas son. No mirar el pájaro rojo en la copa cuando me diga: Mira el pájaro rojo. Tampoco matar insectos de algodón con piedritas.
 
Osos sí, no más de tres.
 
Ya te dije: una meseta donde el canguro y su mapa-calendario. (Alegoría.) Una lista de números en la voz de un alacrán que esquinó. Un cuadrilátero a la sombra como bruja láctea. O pelos de bruja. O caldo de niñas en su ritual pétreo-mentolado.
 
Sin jamás decir: reginforar, jirafizar, jeroforir. (Solveig
 
           era un nombre
           una epopeya en la micro-mar del caracol adherido.)
 
Pero Ígor, dame un puente, dame pies trocaicos, dame un tractor. (Advengo ya.) Y eran taurinos, ¿viste tú? —De su entre cairelancia. Tal vez graffiti-malla, tal vez canciones rubias diario diluir a través de los: ¿Cómo te llamas tú?
 
Bermellón. Me dijo Bermellón, no Vi el pájaro
rojo en la copa. (Escuché Campanella.)
 
El pájaro rojo era el crúor, el tópico, cierta ranfla de cíclopes, volado acomedido de madrépora-turbión donde dormía: una letanía de gas pormenorizando el posible ajonjolí. Tanque digestor de lodos. Tan robot, tan can gurú. Tampoco las canoas donde estrellitas tin tin dosforecentes.
 
Aquí y aquí:
lamia-calígine baldón en pervigilio.
 
Desgloso: el de la cañada eras tú y un balcón y yo el balcón de enfrente donde emito. Usas cuello. El balcón de enfrente significa estar. Y entonces te difuminas y te conviertes en pájaro y vuelas a la izquierda y digo: Es el pájaro simétrico, el pájaro moderno, el eje, es el pájaro simétrico. Y pienso en una sombra nuclear adherida a la pared cuando digo así.
 
Así, o que desparzo mis ígneas multitudes
en elefantes-mariposa.
 
El elefante-mariposa que todas las especies de al fondo de aquel río me dice y diré dos:
 
Ciclópeo Cosmofasma y
Ciclópeo Cosmofasma.
 
Es decir: ayer, tras neblinazo, neblinazo; allá, patrullas. Hoy, con éxodos veloces, las cigüeñas.
 
—A cierta hora del día.
 
Ahí caracoles azotan la sombra. Ahí suscita astericos de lluvia.
Ahí es una plaga de cilindros traduciendo la arista implicada:
 
Aluén, hueledenoche, la historia
del neón. Y yo, magra que vi su cada marfil inquilino ríos excavando necrosadas pirámides dulces
 
y su vestido verde
 
amuñonado
sobre las úrsulas.