de Rimas

Luis Rosales

Creciendo hacia la tierra

Cuando llegue la noche y sea la sombra un báculo,
cuando la noche llegue tal vez el mar se habrá dormido,
tal vez toda su fuerza no le podrá servir para mover sólo un grano de arena,
para cambiar de rostro una sonrisa,
y quizá entre sus olas podrá nacer un niño
cuando llegue la noche.
Cuando la noche llegue y la verdad sea una palabra igual a otra,
cuando todos los muertos cogidos de la mano formen una cadena alrededor
               del mundo,
quizás los hombres ciegos comenzarán a caminar como caminan las raíces en
               la tierra sonámbula;
caminarán llevando un mismo corazón de mano en mano,
y cuando al fin se encuentren
se tocarán los rostros y los cuerpos en lugar de llamarse por sus nombres,
y sentirán una fe manual repartiendo entre todos su savia,
y crecerán los muertos y los vivos,
unos dentro de otros
hasta formar un solo árbol que llenará completamente el mundo,
cuando llegue la noche.





El secreto

Como el niño que se ha quedado solo
desde aquel día en que, temblando entre lo oscuro,
sintió latir su corazón más alto cada vez,
con un latido firme y posesor que era una rama en donde estaba ahorcándose.
Y desde entonces comprendió que la riqueza es como un campanario donde
               aún resuena por la noche el miedo que la hizo edificar,
y se hizo terco y embestidor como un hormiga que creciera hasta hacerse del
               tamaño del llanto,
y se hizo dulce como un caballo ciego arrodillado junto al mar,
y se fue esclareciendo lentamente igual que la pregunta en los labios del juez,
porque se sabe edificado sobre el miedo,
porque sabe que no existe poder alguno donde se pueda el hombre
               endurecer y concentrar tanto como en el miedo,
y porque siente que lleva, aún, sobre los hombros, protegiéndole,
el cadáver ahorcado de aquel niño a quien, quizás, un día le creció demasiado
               el corazón. 





La transfiguración

Siento tu cuerpo entero bajo el mío.
Tu carne
                es
                    como un ascua,
fresca e imprescindible,
que está fluyendo hacia
mi cuerpo, por un puente
de miel lenta y silábica.
Hay un sólo momento en que se junta
el cuerpo con el alma,
y se sienten recíprocos,
                                         y viven
su trasfiguración,
                              y se adelantan
el uno al otro en una misma entrega
desde su mismo origen deseada.
Siento tus labios en mis labios, siento
tu piel desnuda y ávida,
y siento,
               ¡al fin!
                           esa frescura súbita
como una llamarada
de eternidad, en que la carne deja
de serlo y se desata,
se dispersa en el vuelo,
                                        y va cayendo
en la tierra sonámbula
de tu cuerpo que cede
interminablemente cediendo,
                                                   hasta
que el vuelo acaba y ya la carne queda
quieta, milagreada,
y me devuelve al cuerpo,
                                           y todo ha sido
un pasmo, un rebrillar y luego nada.