de El cuerpo del milagro

Juan Carlos Quintero-Herencia

Teluricidad marina

El viejo pescador ya no puede con las redes,
sin empujes sus lanzadas no son lejanía,
residente en la escasez y la ropa percudida,
vuelve su espalda al mar,
las montañas aún no son el paisaje,
hacia ellas con sus bártulos se dirige,
en la orilla se puede apreciar el vacío de la tarraya,
la ocasional colirrubia que boquea,
la cocolía que se ahoga entre el desperdicio.

No hay ruidos familiares ni una mujer en la ventana,
sólo las montañas lo reciben y
el doble horizonte de los edificios.
Al pie de la cordillera no serpea
la autopista que lo acercara,
sin embargo motete son sus ojos,
formidable equipo de música
que hoy nada extrañará.

La mirada recorre la sucesión del océano en la tierra,
es el agua que lo mira,
las cavidades azulosas son los cuerpos,
la chola que cortocircuitea,
el espejo de los verdes sus anguilas tienen,
el monte boscoso o su cabeza bajo las algas,
líquida membrana que redunda en la pupila,
de niño cazaba en la distancia la lobina.

Experiencia que nada ciega
cazadora
acosada en la continuidad de un oleaje
que lo apacigua como el tedio—fruta podrida—.
El pescador llega ya a la pequeña casucha,
lanza entonces la hamaca que lo enredara siempre,
tintorera del mar que se ha comido a un americano.

El paisaje del Caribe es esta alharaca de guineas,
la papaya que devora al murciélago,
hojarasca a la que la brisa añade una bolsa de plástico.

Con el pasar del tiempo el pescador es objeto de alejadas visitaciones,
en las cercanías de su casa los jóvenes dejan canastas de frituras,
botellas de ron,
revistas pornográficas,
revistas del Hipódromo,
un moto que envidia el cigarro,
saben que aún no chochea.

En las mañanas el pescador se caga en la vereda
que lo llevara a la playa,
a veces hace montículos que seca el viento,
otros los cubre con tierra y palitos,
en la noche mangostas y cangrejos los descubren.

Se le ha visto alzar una pirámide de leña,
abrasar maderas como si fueran la única válvula,
recorrer sus alrededores sabiendo de su hundimiento
en el aceite inclemente del horizonte,
los vecinos creen que medita mientras hace carbón.

El día lo recibe cubierto de escamas,
viejo puerco es,
viejo escualo es,
no son nubes
agallas le han crecido en algún lugar,
levanta la cabeza justo allí
al pie del monte,
un juey ya no se le esconde.

¿Cómo saber dónde comienzan las lianas los helechos,
dónde termina el coral o las mareas?
¿cuál distancia entre lo cercano y lo lejano?
dónde la villa o los minaretes.

Sonríe o parpadea,
como una azada que se oxida bajo la tierra,
el viejo supurante
como el salitre que lo libera.


4, 5 y 8 de noviembre de 2002, 19 de junio, 18 de diciembre de 2003, 29 de marzo de 2014, Washington D.C. y Silver Spring.





Caballo de Troya

En las profundidades,
donde la zanja frente al Morro
es Medusa negra,
donde el negro se traga al negro,
un enorme pez ciego y
sin escamas
levanta un arco,
aleta membranosa
labia fluorescente

Perdidos por este fulgor tenue,
atraídos por la candelilla,
extendido pene
prensil carboncillo
efectivo lazo
bastón blando nadador,
arpón escondido que es toda luz,
pequeños peces en su boca sucumben

En las profundidades,
el pez desarruga su órgano,
lo pasa sereno
tardo cual melaza
sobre una escultura que tocada ahora
echa a la corriente inmóvil su detritus depositado

De madera desusado
negro otra vez,
sepultado hasta las rodillas
el caballo relincha

En las profundidades del Atlántico,
un pez de los mil demonios
deja caer su sexo basto
sobre el caballo de Troya

Descendiente
tras sus cuartos traseros,
el pez despeja la cola de una sola mordida,
el trazo que las ruedas olvidaran sobre la arena
un oleaje secreto
de cuando en vez
la mar de ocasiones
lo borra y lo escribe,
avanza retrocediendo

Es posible imaginar a los aqueos
suspendidos en aquella marcha,
sin embargo por allí no se los ve

¿Cuál es tu guerra, mijo?
¿Qué has hecho para estar aquí sumergido
y con el mar adentro?
¿Quién te imaginará ahora como el golpe sigiloso de la muerte?
Quién iba a decir que está sería tu mejor batalla,
cara a cara con tu doble vivo
bellaco y terso

En esta lejana balsa,
tumba abierta,
náufrago sin isla,
caballo sin palo,
sordo sin procesión
ni a rebato,
sin bullicio
el caballo de Troya
anuncia la eternidad en un paso
que nunca habrá de dar

En las profundidades,
donde la alharaca nunca ha tenido asiento,
allí: bóveda oscura
bóveda en la bóveda
(paréntesis de titanio negro)
la cabeza los belfos
el copete las crines
la tensión hermosa del cuello,
esperan por siempre lo que ya les pertenece

El pez auspicioso,
primero de su estirpe
aletea violento su velocísima despedida,
una flecha de sombra oscurece la penumbra

Bajo el hongo de las arenas alzadas,
ya sin quites
sin cuerpo,
in-proceloso
un caballo congelado por la tiniebla
no se cansa de esperar


1ero de septiembre de 2010, 18-19 de diciembre de 2012 y 28 de enero de 2015, Córdoba, Argentina y Silver Spring.