Los edificios sin pintar

Jorge Gimeno

Los edificios sin pintar interpretaban
arias cavernosas, grises de hormigón,
atronadoras.
Detrás estaba la avenida de eucaliptos.
Yo había vuelto a por ti.
Una pared hablaba de la muerte de todos,
cada una inespecífica y propia.
Y la pared era finita
y estaba bien escrita.
Intentaba encontrarte en el humo de la guerra.
Conocía tus senos.
Si no te encuentro, esta noche no existo.
Había lavado dinero.
Atmósfera de bazar. 
El edificio desventrado.
Tu padre dice Hola para qué va a decir
Hasta siempre. Tiene carne
en el platillo del café.
¿Aún crees que carezco de conciencia barbada
de las cosas?
Moriremos por orden alfabético,
no por fecha de nacimiento.
Rescato una escalera del olvido.
¿Eres tú o no he llegado a ti?
Tengo pelo tuyo en la boca. Tu ticket marca 30.
Tengo en las manos una cadera.
¿Ésta eres tú o aún no he llegado a ti?
Conocía tus senos pero no los recuerdo.
¿Qué crees que hago vestida de verano en esta ciudad,
con la falda abierta y los párpados aceitosos
y la boca torcida?

Bajo con tu impregnación las escaleras
y no sé si vienes conmigo.
Caigo en la cuenta de haber estado aquí,
la misma cochambre,
las paredes astrosas y los colores chillones,
el mobiliario termitado.
Le pongo tapa blanca a un agujero negro.
La pongo con mi cola de felino.
El círculo blanco encaja en el círculo negro.

Tu impregnación es rubia y lleva rímel.
Tu voz es ronca y no me ubica.
Salgo a la calle y cuento las esquinas.
No hay camino de vuelta.
Las esquinas no se dejan contar.

Arrastro por la calle la escalera.
Las ambulancias sonaban a senectud.
Las campanas sonaban a cuaderno escolar.

Te tumbaste y ofrecí tu muslo.
Te tumbaste y ofrecí un frutero
con dos fundas de gafas.

El sabor a platija no me lo quito,
y el aspecto liso, achatado.

Te quedaste tendida en la ciudad.
Enredada en la cuerda de un reloj.
La boca llena de altramuces.