Entrevista con Valeria Luiselli

Ezio Neyra

Photograph by Alfredo Pelcastre

El año pasado, con la publicación conjunta de las traducciones de su primera colección de ensayos y de su debut en la novela, titulados Sidewalks y Faces in the Crowd respectivamente (publicados en Estados Unidos por Coffee House Press, y entre 2012 y 2013 por Granta, en el Reino Unido), Valeria Luiselli pasó de manera instantánea a formar parte de las filas de los mejores escritores, y de los más inteligentes, que circulan hoy por el mercado de habla inglesa. Con un estilo que combina ensayo con memoria, ficción y exploración urbana, Luiselli fascinó muy pronto a los lectores de McSweeney's, The New Yorker, y The New York Times, y su trabajo también apareció en Where You Are, la maravillosa colección de mapas que reúne escritos y arte en la que también figuran autores como Sheila Heti, Geoff Dyer y Alain de Botton, colaborador de Asymptote. Pero las raíces de los textos de Luiselli se extienden más lejos, hasta Joseph Brodsky, G.K. Chesterton y Montaigne.

Como hija del primer embajador de México en Sudáfrica, Luiselli creció hablando español en casa e inglés en la escuela. Aunque ahora vive en Nueva York y ocasionalmente escribe en inglés (ver aquí su reseña sobre The Complete Stories, de Clarice Lispector), los tres libros que ha publicado hasta ahora han sido escritos en español y luego traducidos al inglés en estrecha colaboración con Christina MacSweeney. Muchas veces los resultados de esta colaboración han producido cambios en el 'original' en español. El título de su primer libro, una colección de ensayos titulada Papeles falsos (2010), hace referencia a una frase en italiano que quiere decir "documentos falsificados" o "mapas falsos". El volumen fue publicado en su 'versión' en inglés –Luiselli prefiere pensar así las traducciones de MacSweeney– como Sidewalks. Esta forma de usar las palabras y las frases como si fueran capas aparece una y otra vez a lo largo de la colección, de manera más notable en su ensayo sobre la famosa e 'intraducible' palabra del portugués, saudade: "La saudade es presencia de una ausencia: una punzada en un miembro fantasma; una grieta en Iztapalapa; los ríos y lagos de la ciudad de México; un hoyo en un jardín". En el resto de los ensayos, cuando no está escribiendo acerca de las ventajas de dormir en camas que no son las propias o acerca de los beneficios que ofrecen las bicicletas al flâneur, Luiselli trata de arrancar las capas de la ciudad para escudriñar en sus espacios vacíos: ¿las ciudades se organizan de manera cronológica, geográfica o geológica?, ¿cómo se lee una megalópolis: horizontal o verticalmente?

Su primera novela Los Ingrávidos (2011), muy bien recibida en el mundo literario hispanoparlante, fue publicada en inglés como Faces in the Crowd, título que hace suyo parte de un poema de catorce palabras de Ezra Pound, evocado también en "The White Album," el precursor ensayo de Joan Didion. En Los Ingrávidos la historia de una madre joven que trabaja en una editorial neoyorquina dedicada a la traducción se superpone con la del poeta mexicano Gilberto Owen y con la de Federico García Lorca. Así, como los otros, este libro crea un sistema de capas en el que se acumulan una sobre otra diferentes versiones de la ciudad, en un proceso de cartografía e historia literaria sorprendentemente revelador.

El último libro de Luiselli, La Historia de mis Dientes (2013), (The Story of my Teeth en la versión traducida por MacSweeney, quien además escribió un capítulo adicional para la edición en inglés publicada en el Reino Unido por Granta y editada en el 2015 por Coffee House Press), es producto de una colaboración que incluye a los trabajadores de la fábrica mexicana de jugo, Jumex. Todo comenzó con el encargo de una obra de arte por parte de la Fundación Jumex, importante coleccionista de arte mexicano contemporáneo. Luiselli escribió un texto por entregas que fue leído en un grupo de lectura de los trabajadores, cuyas discusiones fueron grabadas, lo que ayudó a Luiselli a escribir el capítulo siguiente. A través de la historia de un guardia de una fábrica que se convierte en un exitoso cantador de subastas, el libro propone que las historias son una parte menospreciada de lo que genera valor en este mundo: se puede 'vender' lo que sea si la historia es la correcta para una audiencia de consumidores, así sean consumidores de arte contemporáneo, literatura, jugo, o dientes sueltos.

En entrevista para Asymptote, Ezio Neyra le preguntó a Valeria Luiselli acerca de su bilingüismo, los escritores anglo e hispanoparlantes que han influido en su escritura sobre la ciudad, y sobre el creciente interés por la literatura latinoamericana en el mercado de habla inglesa.

—Florian Duijsens



Me gustaría comenzar hablando de tu relación con los viajes. Desde niña, has vivido en muchos lugares distintos (Corea del Sur, Sudáfrica, India, entre otros). ¿Qué efecto crees que generó en tu escritura esta socialización donde había tantos viajes y mudanzas?


Te diría que el pez no ve el agua y que la pasta dental sabe igual en todos lados. Para mí, la normalidad fue siempre estar cambiando de país cada dos o cuatro o cinco años. Creo que en la condición móvil de mi infancia se encuentra el impulso que me llevó a escribir. Creo que algo del origen de este deseo se encuentra en la inseguridad lingüística que causaba estar siempre cambiando de entorno, de idioma, y no solo de idioma, sino de acentos y de costumbres. Digamos que esa relación se volvió un poco incómoda por ser siempre detectada como extranjera. Esto generó en mí una relación compleja con el lenguaje, compleja porque hablar era siempre una cuestión difícil. Era claro que no era capaz de jugar el juego del lenguaje tan bien como los que me rodeaban, a pesar de que yo también era mexicana, pero ese español como callejero, rápido y dicharachero del chilango nunca lo aprendí a jugar bien. Todo eso generó una relación muy conflictiva con el lenguaje pero también de mucha intimidad con la escritura, porque la escritura era un espacio que me resultaba mucho más seguro que el espacio del habla.

¿Dirías que fue en esos contextos en donde tu entorno lingüístico cambiaba cuando más te acercaste a la lectura y a la escritura? ¿Entre tanto viaje y tanto idioma distinto, el español terminó convirtiéndose en una especie de hogar que te daba seguridad y donde más a gusto te sentías?

Empezaré diciendo que creo que el español no se convirtió en ese refugio que mencionas. Es decir, el idioma en que escribía y leía desde niña fue el inglés. Mi vida fuera de casa sucedía en inglés, mi vida en la escuela, mi vida intelectual sucedía en inglés. El idioma en que me sentía más cómoda era el inglés, y esto fue así hasta muy tarde. Pero digamos que, ya en el terreno del español, me sentía más segura escribiéndolo que hablándolo. No me comunicaba mal en español pero siempre había un alto grado de duda y de resistencia, de no naturalidad. Era un español como empacado al vacío. Extraído de su contexto. Yo me daba cuenta de que hablaba raro, de que no hablaba con la fluidez con que se comunicaban mis hermanas (que sí se habían quedado a vivir en México), y entonces contaban historias en la mesa y hacían reír, cosas que yo no lograba hacer con el español. El terreno de la escritura en español terminó también convirtiéndose en un espacio en donde podía arriesgarme más. Era un espacio de revancha. Podía experimentar más sin sentirme observada o juzgada. Mi uso del español escrito fue un poco como para hacerme de la lengua.

¿Desde ahí cómo das el salto, cómo tomas la decisión de escribir en español a pesar de que tu formación fue en inglés por tantos años?

La decisión la tomé cuando escribí mi primer libro, Papeles falsos, que fue cuando volví a México después de haber acabado la escuela en la India, en un colegio internado. Ahí fue donde también tuve un contacto más profundo con la literatura en español porque allí había un grupo de estudiantes latinoamericanos con los que teníamos clases de literatura en español y además un grupo de lectura con el que nos reuníamos a leer cosas en voz alta y a discutir lo que habíamos leído. Ahí leí por primera vez a Juan Rulfo, leí más profundamente a García Márquez, a Cortázar, pero también a San Juan de la Cruz o a Lope de Vega. Ahí empecé a entender y a sentirme parte de una tradición lingüística y literaria. Cuando volví a México, lo hice con la firme intención de quedarme allí y de estudiar la universidad. A la vez, en esos años, decidí empezar a escribir mi primer libro, que además era un libro que en un comienzo quería ser sobre la ciudad de México y, de esa manera, buscaba también apropiarme del espacio de la ciudad. Lo diré en inglés porque es más claro: I wanted to write myself into the city. Right my way into the city. Aunque eso no terminó siendo así porque acabó siendo un libro sobre varias ciudades y sobre todo sobre la imposibilidad de escribir sobre la ciudad de México. De hecho, cuando acabé el libro me fui de México y me vine a vivir a Nueva York.

Me dices que recién cuando estuviste en la India fue que tuviste un acercamiento más profundo con la literatura en español, ¿hasta entonces cuál fue tu formación como lectora? ¿Cuáles dirías que fueron los autores, previo a tu conocimiento más profundo de los latinoamericanos, que más te impactaron y que luego tuvieron una cierta resonancia en tu escritura?

Yo diría que en general mi período más importante de formación como lectora fue éste en la India. Creo que antes de los 16 años uno no lee de la misma manera. Algo se destapó en mí a esa edad que me hizo leer de mejor manera. Tampoco es que antes de la India nunca hubiera leído a ningún latinoamericano. De muy chica había leído a José Emilio Pacheco, que me impactó mucho. En cuanto a los autores no hispanos que fueron formativos para mí, se me vienen a la mente Joseph Conrad, que fue uno de esos autores que me hicieron escribir con una gran intensidad, pero también con economía en el lenguaje, que ha sido hasta ahora algo muy importante en mi escritura. Luego también leí a Joyce y su Retrato de un artista adolescente, que también fue un descubrimiento, pues me di cuenta de que uno puede escoger un narrador que vaya madurando conforme va avanzando la novela. Ahora bien, de todos modos no estoy tan segura de que los primeros son necesariamente los más formativos.

En estas continuas mudanzas de tu niñez y adolescencia te tocó presentarte varias veces ante grupos nuevos de amigos en las nuevas escuelas a donde asistías. ¿Dirías que construías también literatura en la manera en que te presentabas? ¿También había algo de ficción en lo que decías sobre ti misma o es que había una narrativa sostenida en la manera en que te presentabas en diversos lugares? ¿Ahí nace algo de tu deseo por hacer ficción?

Nunca lo había pensado en esos términos pero por supuesto que sí, había mucho de ficción, sobre todo en el sentido de fabricación, de encontrar un tejido narrativo en la forma en que me presentaba. Por un lado, ser mexicano en algunos de los países en que vivía era sumamente exótico. Por ejemplo, en Corea del Sur no había otros niños mexicanos. Tampoco en Sudáfrica. Cuando uno es niño uno quiere ser todo menos exótico. Los adultos podrán hacer gran alarde y construirse a sí mismos sobre la base del su exotismo pero los niños quieren todo lo contrario. Mi narrativa personal se construía con la idea de aminorar mi distancia de los demás. Por ejemplo, cuando llegué a Sudáfrica, durante mucho tiempo dije que era griega, porque,cuando llegué a los diez años, una niña me preguntó si yo era griega o libanesa. Como no sabía nada del Líbano pero sí algo de Grecia, dije que era griega. Y por eso me aceptaron en el grupo de las niñas griegas y durante un tiempo se mantuvo así hasta que esa ficción se hizo insostenible. Pero quizá el asunto de la nacionalidad no era donde más hacía ficción. Recuerdo que esta misma chica griega acababa de sufrir la muerte de su madre justo antes de mudarse a Sudáfrica, y me preguntó, con la franqueza propia de los niños, dónde estaba mi madre, a lo que yo le contesté, ambiguamente, que no estaba aquí. Por simpatía alargué esa ambigüedad por varios días, cuando en realidad lo que había pasado era que, en 1994, que es cuando me fui a Sudáfrica con mi padre, mi mamá había decidido quedarse a vivir en Chiapas porque decidió sumarse al movimiento insurgente ayudando a los niños y mujeres de la zona, y permaneció allí varios años. Las ficciones luego se fueron volviendo más complejas y también más impuestas desde afuera.

Tu primer libro, Papeles Falsos, es un libro sobre viajes, sobre ciudades, sobre cómo recorrerlas y aprehenderlas. Quería preguntarte sobre el proceso de escritura de Papeles Falsos, y sobre el diálogo, mientras escribías este libro, con una tradición de escritores sobre la ciudad, y pienso en autores como Benjamin, Baudelaire o Sebald.

Papeles Falsos fue un libro que escribí con un programa muy claro, que consistía, por un lado, en aprender a escribir en español, y, por el otro, en un deseo de hacerme de la ciudad. De todos modos, acabó siendo como un bildungsessay. Es un coming of age book, en donde estaba tratando de activar varias de las lecturas que hacía mientras escribía el libro y otras que habían sido lecturas anteriores. Ojalá así fueran todos los libros, como puntas de flecha que te van orientando en direcciones que no necesariamente se habían previsto de antemano. Yo diría que Benjamin sí estuvo muy presente y más concretamente el Benjamin de One Way Street. Lo que leía mucho era Joseph Brodsky y me interesaban también escritores que habían sido o eran bilingües y que habían hecho una especie de travestismo lingüístico y habían empezado a escribir en otra lengua en cierto momento. Entonces me acuerdo que las lecturas que hice antes y durante la escritura de Papeles Falsos eran precisamente de escritores como Brodsky, que dieron el cambiazo. Cuando leía a Conrad de adolescente, yo no sabía que él también había sido un escritor que cambió de lengua. A Conrad lo leía mucho cuando escribía Papeles Falsos. Leí sus diarios también. Luego, por supuesto, la mayoría de lo que uno lee mientras escribe un libro, no aparece en él. Quizá a lo mucho estas lecturas aparezcan como una atmósfera. Una atmósfera que uno no ve, pero que quizá esté presente.

Y en ese contexto, cuando habías vuelto al DF pensando en quedarte y pensando escribir un libro que en primera intención era sobre la Ciudad de México, ¿a qué autores mexicanos leías?

Leía a Alfonso Reyes, concretamente La visión de Anahuac, que fue una especie de ensayo de cabecera durante todo ese tiempo. Pero también leía al Salvador Novo de los años veinte; o sea, no al cronista de la ciudad de los treintas y cuarentas, sino al Novo de los ensayos que publicaba en el diario El Universal Ilustrado. Eran ensayos muy "ingleses", en el sentido de que eran muy chestertonianos, tenían como esa forma tan del ensayo inglés: de merodear, de entrar y salir de los temas con soltura y humor. Leía a ese Novo, que es un Novo, creo yo, que viene de la tradición de Alfonso Reyes y de los ingleses, que Novo leyó en lengua original porque era de los pocos que desde muy temprano fue perfectamente bilingüe. Leía también a Jorge Ibarguengoitia, que siempre me ha encantado. Creo que leía Viaje por el México profundo, que consiste en una serie de artículos que publicó sobre el espacio urbano en la Ciudad de México.

Tu segundo libro, Los ingrávidos, también se puede leer como un libro sobre el recorrido en una ciudad, Nueva York, en este caso. Siguiendo con tus lecturas, ¿estabas interesada también en la crónica modernista latinoamericana, en la tradición de José Martí, Rubén Darío o Enrique Gómez Carrillo, precursores todos ellos de la crónica urbana latinoamericana?

Son crónicas que he leído y que me fascinan, pero no fueron el material ni de Papeles falsos ni de Los ingrávidos. Me interesan las crónicas estadounidenses de Martí o los diarios de viaje de Darío, o incluso las cartas que se intercambiaban y que estaban escritas en la misma vena. En todo caso, son crónicas que leí muchos años después. Lo que leía cuando pensaba en el Nueva York de los años veinte y en los espacios que aparecen en Los ingrávidos no pasaba por las crónicas modernistas, sino más bien por los vanguardistas anglosajones. Las cartas de Owen están muy presentes, que fueron escritas muy en la vena de la crónica vanguardista. También las cartas de García Lorca fueron parte importante de mis lecturas. Luego, quizá algunos pasajes de Return ticket, de Salvador Novo. Leía mucho a autores estadounidenses: John Dos Pasos, Ezra Pound, entre otros. Luego, también leí un montón de textos que no eran propiamente literarios: artículos o libros sobre la construcción del Metro o planos urbanos que no necesariamente formaron parte del libro pero que sí fueron parte de la construcción del mismo.

Te quería preguntar sobre la dificultad de escribir sobre Nueva York, una ciudad sobre la que se ha escrito tanto. ¿Hubo también un interés de tu parte por leer la mayor cantidad de textos sobre Nueva York con la intención de conocer el estado de la cuestión sobre lo que se ha escrito sobre ella y la manera en que se ha hecho?

Yo estaba muy interesada en contar la historia de Owen, y no la historia de Nueva York, pero de todos modos uno de los fragmentos de la historia de Owen que más me interesaba narrar había sucedido en el Nueva York de los años veinte. Por una especie de pudor y de temor, al comienzo incluso me resistí mucho a nombrar la ciudad. Creo que algo de eso sigue reflejándose en las primeras páginas de la novela, en donde me parece que la palabra Nueva York no aparece. Me refería a Nueva York como "la ciudad" o "esa ciudad", hasta que me comenzó a parecer un poco ridículo no nombrarla. La relación con la ciudad era una relación orgánica. Igual es importante recordar que en la época de Owen todavía no había muchos textos sobre la ciudad. Recién en esos años comenzaba a ser tendencia. Sí fue complicado escribir sobre Nueva York. Consideré nunca nombrarla. No quería que la ciudad fuera algo prominente pero acabó estando muy presente y por imponerse. Creo que era más un pudor y temor a echar un vaso de agua al mar.

Te quería preguntar sobre tu último libro publicado, La historia de mis dientes, de próxima aparición en inglés. ¿Dirías que es tu libro más distinto?

Por supuesto. Los ingrávidos fue una especie de desdoblamiento de Papeles falsos. O sea, creció muy orgánicamente a partir de Papeles falsos. Casi fue una continuación ficcional en muchos sentidos. No solo temáticos, sino que al final de Papeles falsos yo ya había encontrado una voz que ya no era la de la persona narrativa del ensayo, sino de una especie de narrador que era distinto a mi voz de ensayista. Empecé a jugar con eso y en muchos planos son libros entre los cuales tampoco encuentro una división temporal clara. No sé bien cuándo acabé uno y cuándo comencé el otro. La historia de mis dientes nace de un encargo muy particular (un texto encargado por la fundación JUMEX para el catálogo de una exposición EXPLICAR) y se escribió con un procedimiento muy peculiar que determinó por completo su forma y su temática. No hay una continuidad orgánica entre La historia de mis dientes y mis libros anteriores. Ciertamente, hay varias búsquedas en ese libro que también están en los otros, pero en definitiva es un libro distinto. Es una especie de hiato entre mis libros anteriores y lo que estoy escribiendo ahora, pero no por ello es un ente separado. Simplemente, es una búsqueda distinta.

Finalmente, y yendo más al ámbito del campo literario, ¿dirías que hoy en día hay un mayor interés en publicar autores latinoamericanos por parte de editoriales estadounidenses? Y si es así, ¿a qué crees que se debieron tantos años de tan escasa presencia de autores latinoamericanos publicados en inglés? Pienso, por ejemplo, en el hecho de que recién se haya publicado en inglés libros de Sergio Pitol, uno de los más grandes autores vivos en español. Así como él, muchos parecen no haber sido invitados a tiempo a la fiesta.

Justamente escribí un artículo sobre cómo era posible que un autor como Sergio Pitol, que a mi gusto es el escritor vivo más importante en lengua española, no hubiera sido traducido antes al inglés. Es curioso, porque los estadounidenses parecieran tener una conciencia de que han estado equivocándose en ese ámbito en los últimos años. Ahora, en cambio, ya hay un grupo grande e influyente, cultísimo, de gente en el medio editorial de Estados Unidos que no solamente está muy consciente de esto sino que también están haciendo algo por resolver este viaje demasiado largo en el tiempo, que comenzó cuando se publicaron a los autores del boom latinoamericano y que volvió a reabrirse con la publicación en inglés de Bolaño. Yo creo que esta nueva apertura del mercado editorial en inglés a la literatura latinoamericana responde cien por ciento al "factor" Bolaño, quien terminó con la ignorancia editorial no solo estadounidense sino en general de que en América Latina solo se escribía realismo mágico. Lo que se publicó después del boom fueron sobre todo novelas de Isabel Allende o Laura Esquivel, que no son más que epígonos de este realismo mágico. Se publicó muy poco. Es cierto que se seguían publicando los nuevos libros que publicaban los autores del boom, pero no fue sino hasta Bolaño que el interés en otros autores se amplió de una verdadera manera. Lo de Bolaño fue muy particular porque tuvo un impacto enorme en la lectoría. Y de alguna manera es muy injusto porque se han publicado muchos más autores post Bolaño que entre el boom y el propio Bolaño. Mi caso es algo raro también porque de alguna manera juego de local, ya que escribo en inglés en la prensa estadounidense, pero al mismo tiempo mis libros salen en traducción. No dependo de un traductor pero mis libros tampoco entran en el circuito de los libros locales. En todo caso, lo que es importante es remarcar que sí está habiendo un interés por la literatura latinoamericana que no había habido en muchísimos años y que ojalá que aumente la presencia de literatura de calidad del continente.