de Contracorriente

Tedi López Mills


H

Si comienzo: cuál tiniebla, belfo hundido por el fango, cuál golpe de agua
cuando truena contra su borde quisquilloso qué yegua muerta, dónde,
simulacro de batalla, cuál molde de una derrota apenas advertida precede
esta contienda entre bestias, este cálculo de rutinas a mitad de un sentimiento;
o declaro, fuera máscara, hermano, te proscribo, tanto pones la mejilla,
resoplas, confundes honor con prudencia, y nada sabes de sangres,
ninguna tiñe tus destellos, lúcido hermano de alma magra, cómo vino
este animal a ser tu alegoría, cómo muerto te transcribe, mete diablo
donde sólo medra el oleaje tímido de ese riachuelo concurrido por el mosco
y el tornasol de un lubricante, chapoteo entre el sucio enigma de un agua
que cancela reflejos y muda su solipsismo hacia el centro, lo oigo,
cuánto concepto te posterga, habla oblicuo de ti, hermano, la ternura
tendrá su propio espejismo, amará lo que se escapa, nunca el cuerpo asible,
sino su huida, yegua de calle, crin abstracta, qué toco en la zona bermeja,
qué quiebro contigo, hermano, la forma de mi estancia, su vidrio sarcasmo,
su verde vista que columbra lo obvio, lo sustantiva, confunde orgullo
con inteligencia, se mofa de tanto sol secundario, nunca vio la idea,
sólo la usura de su brillo, puritana dicta, esto no fue, la silla me posa,
la mesa me inclina, no conoce salvo si describe, estrecha, pero hubo mente
más allá del dato, fuera oscuro, hubo hueso, política de friso, aquí se vende,
aquí se ofrece, dádiva o recompensa, nunca percibió el cariz, vía cadáver,
vía ley postergada hasta la comedia, indignamente común para los sentidos,
valga el rigor de cualquier hipótesis, carcajada hasta la caída del telón,
adónde voy, mi hermano de casa, mi hermano colectivo, ignoro el dialecto
de las buenas costumbres, muertos que matan muertos tienden a revivirlos,
por cordura o por ciencia, no condeno, es mi casta cínica la que me sugiere
caballos de instante, cacharros difusos en aquella tiniebla donde atisbo
hermano a la vez que cómplice, aunque ya un tercero en discordia
se vaticine, comience, bala, bulto, se tenga en pie, vaya retiro,
para que nadie venga en paz.





I

              Levantar el misterio donde no le hay es helado
              desaire, porque da en vacío la ponderación.
                             —Baltazar Gracián

Eh, tanta tentación de mundo, luz leonina que bebe agua de recoveco,
desconoce el hoyo mal descrito o en qué persona regreso, mi fardo
de vuelta, no lo tengo sino en origen, en objeto de intemperie, caliza
ladera que no existe salvo si la percibo, cautivo en cierta frase,
mi hermano más simple, dónde pondré este día, su mezquino polvo
en alguna parte, su caridad vicaria, dónde soy afuera, ni quién diga
con qué coyuntura, buena causa, debe ensalzarse mi lástima,
ni por qué leyendo pierdo la forma del juego, recalco sin experiencia
los hechos, leyendo como si yo tuviera la razón sólo por entender
las palabras, medir sutilezas entre líneas, fijando el castigo por tanto
paisaje falso, que hice yo, pero extendiste tú, hermano de umbral,
dispersamente, esos colores que no corresponden, columna de ti
tan rota por su rojo, por su azul, nadie en su sano juicio comulgaría
con esa claridad, la trunca ley del matiz no sabe nada empíricamente,
se evade por un atajo, mítica pericia, vistiendo dioses, pandemonio,
hubo un bosque donde hoy se atasca el alambre con su propia herrumbre,
falso, mi hermano melancólico, devoto de un antes impoluto, en toda fecha
se extraña la anterior, come de sí su retrato, su inmerso parásito de tan breve
utopía, cara de un agua en el agua, pondera, no diré el nombre, saña
de la multitud que pide derroteros cuando apenas deambulan por esa ladera
una opinión tras otra, pastan cuando hay dónde, pobre símbolo, vaca enjuta
de lo que pienso, librada la brecha, la seca planicie, ningún lugar persiste
más allá, diremos, de la beata monarquía de mis ojos, que algo buscan salvar,
algún mendrugo, mi hermano en dislate, bajando por aquel camino
que no retocaré, fea tangente de basura, la materia es lo inefable,
la verdad que no se derruye, pues ni quién venga luego a levantar
cadáver, si hay tanta luz de boca que lo persigue y ni hueso que sobreviva
de su secreto, desaire de la oreja, ya lo filtre mi turba, ya incurra
en mí su dilatada serie, número negro, va mi león arrastrándolo
como si fuera carnaza, lo punza con su colmillo, por dentro halle sol,
encarne un instante, mate su cuerpo vivo, y a quien lo añada, otra vez,
mi animal de paso ande desmenuzando el intento, ande desgarrando la teoría. 





J

               Cómo siempre asoma el guarismo
               bajo la línea de todo avatar.
                              —César Vallejo

Postizo santo, mi santo, mi calle de rata y yeso, mi coartada de mosaicos
imaginados entre las vetas de un oro difícilmente atribuible a la especie,
oro de un aire contrario al oro mismo, oro de nadie, mi refranero giro:
otra vez no sé lo que sé, el caduco tronco, la vacua madera que retengo
cuando me construyo, astilla de mí, no de nuevo, salta el perno a la vista,
sin herramienta me pospongo, pausa de mí oyendo la estructura,
la calle misma donde se pule un ruido tan faccioso como su idea,
se mina la cauta visión, cuánto parque, procedimiento de parque,
principio de realidad, va desplazando el árbol hacia su arquetipo
cuando no se tiene en reserva alguna historia, no se mete mundo
donde hay cabida, hermano reticente, mi estribillo te jala, todo pasado
sea copia de muerte, carta gastada, habrá corredor para la fila extensa,
amigos y enemigos, jueces absueltos de ti, de mí, incluso quien narre,
obsesivo, ciudad o persona, nada importa, tanto se disgregan ambas
cuando se cuentan entre los vivos, ingeniosamente, vaya siendo
cierta mi luida emoción, mi ínsula entonces de arcos esbeltos, mi clima
lento como el vapor que apenas se desprende de la huella húmeda
sobre el asfalto, pie hundido en un sol entero, bajo esa primavera
pendiente, manipuladora, nunca sea hermosa la violeta jaspeada
por el hollín que se tuerce en un gris menor, dónde la cuelgo, narro
los inicios, naturaleza obliga, un mediodía sin retazos verbales
en que se inmiscuya el roedor testigo, mastique la falla, el pedazo
de cuerda suspendido hasta que vuelva a crearse una costa de moho
en su pozo, algún quiebre, agua menos asidua, te retomo en pista,
te pienso, agua, derrame limpio, por el oído te pienso, cancelo la casa
donde vive la gente, iniciales de tres caras, mixta escritura
de un lado odiando, nunca por la ele, torpemente deduciendo
briznas de bizancio, escúchame, por tanto artificio, y más tarde,
casi noche, haciendo griego con las letras que sobran, haciendo mata
con el embrollo, pura gallina de aquí en adelante, santa gallina que escarbe
lo que fue, señoras y señores, lo que es, su festín de baba sin temple
cuando se espuma hacia la ira, gallina antes de que a mí me agarre
el agua primera de alguna razón, hermano de mí, y a ti te estanque
en ese coto donde vengo a numerar plegarias por hoscos ritos,
por puertas cerradas, por castigo, pues dije, quién va por mí
siendo tú, hermano, el más inocente.