Dejad que los muertos vengan a mí

[«brillante candela de Dios»]

Santiago Vizcaíno

Pero, ¿quién me hizo tan pérfida la lengua,
que hasta aquí haya guiado,
salvaguardándola, mi pereza?
RIMBAUD


I

¡Arde, arde! A lo lejos el mundo arde. Se ha vuelto insoportable el olor de la carne que rápidamente chamusca sus heridas. El infierno que se acerca tiene fauces enormes como la vagina dentada del mundo. Grande la flema que precipita las nubes y llueve, llueve en el centro mismo de la llama sobre la transparencia del abismo, llueve sobre el fuego que se embebe de la tortura. No ha mellado el agua del cielo el apetito de la muerte. Toda la tarde se cuece el cráneo del elefante y salpica el cuero del hombre despedazado. ¡Arde, arde! Se abre también a la muerte el espacio inconmensurable de la lengua de Dios, lengua bípeda, cadáver desmesurado, música eterna que bulle en el camino del pecho.


II

Arde la Torá, el Canon Tibetano, la Perla de Gran Precio, el Principia Discordia, la Holy Piby, el Corán, la Biblia Satánica, el Ramayana y la Biblia. Arde la enorme biblioteca del fanatismo. Arde también la dulzura apocalíptica de El Bosco, el barroco de Rembrandt, la fea mirada de la Monalisa, un desnudo olvidado de Picasso, la cabellera de Giacometti en una foto de Man Ray. Arden las Flores de poetas ilustres, el Caballero de la Triste Figura, el cultismo de Góngora y la nariz de Quevedo. Arde el siglo XX como una mancha informe. Para el fuego no hay el orden que supone el canon de la estética. La historia es el azar, la gloria finita que ahora termina. Si arrasa con la vida, también lo hace con la muerte. Quedará la nada que se mirará a sí misma para reconocerse.

 
III

El cuerpo ha devenido en una antigua muchedumbre que sacrificaba lo abyecto de su propia belleza. Se han de orinar todas las mujeres sobre las dos caras del héroe trágico escindido. No esperes que venga la Naturaleza a confundirte nuevamente, triste recuerdo de una sombría colección de símbolos del Mal. Olvida también que hubo un ser mayúsculo que compró tu corazón con la entelequia del espíritu. El fuego consume la mirada del otro que también quiere huir. ¡Huyan, cobardes! Tampoco el gesto de la resignación ha de salvarlos. Arde el ombligo que tartamudea en su círculo de carne.

 
IV

Es el huracán, dijo uno, pero estaba ciego. Los encontró dormidos a algunos que solo sintieron una comezón en los pies. Dichosos aquellos cuya espalda sin ano siquiera sospechó el curso de la destrucción. Dichosos también los amantes que se fundieron con el fuego y el orgasmo del abismo. ¡Arde, arde!, es mejor no despertar al seno de la madre, al niño hambriento que lactaba de plenitud. Seguro que alguien también reirá de asfixia y de soberbia. Pero no será posible juntarse, protegerse. Mejor abran sus brazos para que entre la muerte con su corona de espinas. No se engañen tampoco con el anuncio de una ingenua resurrección. Detrás de la boca luminosa, la barba solitaria del fuego sin rostro.

 
V

Estoy pensando en la dulzura del acto nutricio que ejecuta la lumbre. Estoy pensando en el inútil Salvador de este milagro de muerte. También Cortés habría disfrutado de este hermoso espectáculo. Huele la lengua casquivana del ama de casa. Huele la boca feroz que se ha hinchado con nuestro desperdicio. Huele la vulva de mi madre con su útero estéril. Huele la lengua del vagabundo con sus perros hambrientos. Porque todo lo que arde era en principio lo distinto. Y ahora: el gran revuelo del basural, la hoguera nocturna del fin, la combustión de lo vivo, el trópico extremo que revienta la piel de la Tierra.

 
VI

La ventisca que acompaña la vehemencia del ardor no distingue el sueño de la trascendencia. Sucede que aquí, nadie ha de salvarse. Nadie ha de arrepentirse.m¡Salgan a mirar el espectáculo de luces en la gran carpa inmunda de cenizas! Molesta el aullido de las niñas que se elevan y se esfuman desde sus columpios. Molesta también que se atropellen los cadáveres que ya no han de morir porque no hay forma de volver.


VII

El mañana se alimentará de la resignación que produce la mendicidad del olvido. Y la flama desgarrará el nombre de Dios, porque todo muere en la ígnea matriz donde el gran sollozo se ahoga en el manantial de la agonía. Solo el dolor de la despedida de lo propio llena el universo que también se forma en la oquedad del infierno. Esto es lo que se puede ver: una lumbre perfecta, una bola de fuego, paladar de Sol en el infinito, hielo derretido en la atmósfera envenenada, evaporación del mar en un suspiro; ojo de Lucifer mirando al cielo, escupiendo al cielo. Fulgor de la cuidad. Origen del ruido. Miedo el sueño de la noche como espuma de oro.

 
VIII

La lengua es fuego. Sus ojos, llamas de fuego. Su voz, bronce pulido en fuego. Tengo las llaves de la muerte y del infierno, dijo. Escribe el significado secreto de los candelabros de oro. Entiende el significado secreto de las estrellas sobre mi mano como miles de pájaros. Yo sé que sufres, dijo. Pero yo no aborrezco, dije.


IX

No Sol obnubilado por Luna ardiente. Solo el fuego alimentándose del soplo alcohólico de Dios. Señor, el rostro del odio ahora devora la ciudad amurallada. Y ahora, ¿desde qué muro he de contemplar el gran silencio?

 
X

La lengua dorada derrite fácilmente la nieve de los polos y el agua hierve. El dedo de la misericordia fue quemado hasta el hueso ahora calcinado, ahora polvo de angustia. ¿Qué es lo que brilla en medio del fuego como un músculo? El Gran Pirómano desata su ira que es más bien la ternura abrasadora del trópico envolviéndolo todo.


(coda)

La muerte toma en este instante el mechón de la vida y la arrastra por el vacío del Universo. ¡Oh mi descanso ciego que el hervor abruma! ¡Oh, Plutón!