de Jardín cerrado

Libro tercero: Umbrales de sombra, Segunda parte: Otro amor

Emilio Prados

XX

Sombra de Abril

Mi cuerpo vivo y casi lo conozco;
apenas percibir puedo su forma
y sólo cuando cruza por mis sueños
siento, por su dolor, que en él habito.

No sé cómo se llama, ni he sabido
cuál es su nombre nunca, ni lo quiero.
Su nombre ha de formarse en su memoria:
la memoria de mí, que nunca es mía.

Pero nacido estoy, casi ya viejo
después de tantos duros vendavales,
y, en él, se afina entera mi ternura
hoy por la guerra, al borde de la muerte,
igual que antes, miedosa mi esperanza,
se afilaba al nacer junto a mi vida.

¡Oh forma persistente que así enredas
mi pensamiento al giro de las horas!
¿a dónde has de llevar mi eterna lucha
que siempre has de encontrarme desolado?...

Aún la sombra de abril a mí se acerca,
como otras veces, cuando niño, he visto
acercarse su ardor junto a mis nervios
a despertar su angustia por mi sangre.

Aún su amenaza inquieta mis sentidos,
como ayer inquietó mi triste infancia
entre fantasmas, sueños y amarguras
de mi primera edad desamparada...

Igualmente me muestra sus auroras
e idéntica ilusión por mí desgrana.
Abril, en guerra o paz, siempre me encuentras
desconocido en medio del combate,
junto a las hojas de mi muerte, trémulo,
aguardando su eterna flor desnudo:
si como un árbol, bajo mi arboleda;
si débil yerba, entre mi compañía,
pero igual en la vida de mi suerte.

Siempre, al llegar, ves que mi cuerpo sigue
la romántica forma de su ausencia,
que un desmedido afán le llama olvido.
Yo, siempre en mi dolor, sin conocerme.

¡Oh, primavera inquieta, que me ocultas,
lleno por tu ambición, mi propio cuerpo!
Abril, abril: ¡qué eterna adolescencia
mi renacer constante por tus ramas!





XXI

Voz de la Luz

Como un cuchillo, en la sombre
clavas tu lengua encendida
y te vas y allí la dejas
en su oscuro carne, viva,
como un diminuto acero
de luz, que en tu amor se afila.
¡Qué honda llega! ¡qué segura
queda en el silencio hundida
y da estrellas a la noche
de la entraña que ilumina!

Como piel del pensamiento
las tinieblas se tejían
y andaba el cuerpo sin sombra
y el corazón sin herida,
igual que en limbo de ciegos
sin pena y sin alegría.

Cuántos ojos encharcados
y cuánta inútil saliva...
y qué bien la puñalada
de tu lengua enardecida.
Y, qué justa, en el momento
preciso, hundió su cuchilla.

Nadie te vio. Nadie supo
quién su palabra encendía,
ni para qué la dejaba
en sombra ajena metida.

Nadie te vio. Nadie supo
cómo recobró la vista...
Nadie te vio. Nadie supo,
ni desconoció, tu huida.





XXII

Copla

Agua de Dios, soledad:
por los mares de olvido
mi cuerpo nadando va...
Que a tus playas llegue vivo.





XXIII

Castillo sin Fuerza

¿Ya se te ha cerrado el alma?
¿De qué piedra o piel te vistes?
¿Qué hábito rígido aprieta
la juventud que te rige?
Eres sólo admiración
de lo feo.
                    ¿Qué te oprime
de esa manera, un amor
que ni aun en tu sueño es libre?
¡Qué duro cerco enmascara
el bello nombre que vives!
¿Con qué cuchilla has cavado
el foso que tus pies ciñe?

Ni eres torre de defensa,
ni temor emparedado,
ni combate detenido,
ni en el desierto eres árbol...

Eres, sólo, admiración
de lo feo.
                    ¿En qué regazo
de la soledad, inclinas
tu sueño desmelenado?
¿En ninguno?...
                    (No hay reposo,
si no hay corazón sangrando).

De la tierra de la Nada
eres la más firme tallo.
Y te alzas, carbón inútil,
sin saber que ya te sigue
una llama que hay errando
bajo el cielo en que te eriges.

Carbón que el cuerpo levanta,
siempre es piedra, que del fuego
viene, para hacerse llama.

Tú no lo sabes –carbón,
ladrillo, piel, sueño, yeso–
cárcel de tu corazón.

Y ya se acerca la llama
y ya a tu torre le embiste
y ya a tu cuerpo se agarra.

Como yedra se te sube
y ya te incendia la cara...
Tu piel, tu nombre, el silencio,
todo hoguera te proclaman.
Y tu foso es ya, sortija
de luz, que tu amor declara.
¡Ay, terco y mudo castillo,
que blandas son tus murallas!

Fuego te viene y te va:
mil lenguas tu cuerpo atacan.!
Cruje, cruje, cruje, cruja
todo lo que por amor arda!
¿Ardes...
                    Cruje, cruje, cruja
el fuego que te levanta,
surtidor de bautismo,
árbol de luz que te salva.
Y, ahora, sabrás defenderte?
¿Ya se te ha cerrado el alma?
¿Eres sólo admiración
de lo feo?...
                    –¡Fuente clara!